Las canoas de Bernabe Rentería un arte que avanza por los ríos del Caquetá y Putumayo
Un constructor de sueños forjado de una estremecedora realidad. Nacido en el municipio de Solano (Caquetá) confesó que le gusta navegar, por eso aprendió a construir canoas.
Para avanzar en la historia de vida de este padre, pescador, agricultor, comerciante y soñador es necesario emprender un viaje por las arterias fluviales de la región amazónica. La vida de Bernabe como la del río ha tenido altas y bajas, momentos claros y turbios, días acogedores y desgarradores. Él como una de las miles de víctimas del conflicto armado de la región han tenido que aprender a fluir en el imponente paisaje del piedemonte amazónico donde abunda el agua, pero donde la población carece de un sistema óptimo de acueducto y alcantarillado.
Proveniente de una vereda del Caquetá llega al corregimiento La Tagua en el municipio de Puerto Leguízamo (Putumayo) en 1963, pues su padre por asuntos económicos se traslada a esta región en busca de mejores condiciones de vida y para poder dar la educación a él y sus hermanos. A partir de ese viaje Bernabe fue cautivado por la inmensidad del río y el descubrir un nuevo destino donde su tierra fértil le ha permitido cultivar y perfeccionar su arte con sus árboles maderables.
“lo más bonito de La Tagua, me gusta la pesca, sus árboles maderables y que la tierra es buena para cultivar. A mí me tocó aprender a construir las canoas porque para mandarlas hacer son muy costosas. Me gusta es navegar y sin la canoa no se puede hacer, entonces qué ocurrió, hice el deber de aprender para poder movilizarme. El bote o canoa más grande que hice alcanzó a cargar 65 toneladas desde Puerto Arango a La Tagua » aseguró Rentería.
El proyecto creativo más reciente fue posible con el apoyo de Victor Fajardo, un campesino leguizameño oriundo de La Tagua, quien empezó a trabajar en la elaboración de botes desde hace 10 años. Esta embarcación fue forjada tras un arduo trabajo de ocho días. Tendrá una dimensión de 17 metros de largo, dos de ancho y una capacidad de carga más o menos de 10 toneladas.

Según lo expresado por Fajardo, el árbol que sirvió de insumo para esta creación requirió la fuerza de seis hombres para movilizarlo. “Este bote es para el dueño de la finca. Se logró trabajando todos los días, durante 8 días. La característica es un árbol grande y cuando ya uno ve que está seco a punto como de caerse esa madera es especial. Cuando trabajo con el bote me relajo. Ya tengo 40 años y nunca me ha tocado desplazarme, lo más bonito del territorio aquí es la tranquilidad. Yo aprendí mirando a los otros como trabajaban. No sé leer ni escribir nunca fui a la escuela, y les dijo a todos los jóvenes que sigan la vida buena, que se preparen, pues mi vida es trabajar con material pesado”.

Retrospectiva de un navegante
Rentería afirma que durante su travesía ha logrado construir cerca de 40 embarcaciones entre grandes y pequeñas. Recuerda con emoción que vivió y fue comerciante por 18 años junto a su pareja, 6 años por el afluente del río Putumayo y 12 años por la corriente del Caquetá.
“desde la niñez hasta ahora, siempre había soñado ser comerciante y lo fui por un espacio de 18 años por los ríos Putumayo y Caquetá. Lo más bonito que me ha dejado es que por medio del río logré que mis dos hijas se formaran, pues para poder entrar a la universidad es muy costoso. Trabajar por el río me facilito para que ellas pudieran terminar sus estudios. Ahora que estoy solo, visualizo ya los últimos días de mi vida montando un negocio, pues en pocos años ya no voy a poder navegar, ya se me está agotando la vista y no me acompaña como antes. Entonces ya me toca quedarme quieto en un sitio donde no se pueda tener riesgo por un accidente. Me visualizo ya los últimos días de mi vida con un negocio en Leguízamo, Florencia o Solano”, expresó Bernabe el constructor de estructuras flotantes.
Los ríos imponentes de Putumayo y Caquetá no solo fueron el escenario que marcaron momentos significativos, sino también el puente hacia un futuro mejor para su familia. Confiesa que su vocación inicial era ser comerciante, sueño que logró concretar durante 18 años. Sin embargo, su vida en el río también lo llevó a convertirse en constructor de botes, lo que demuestra su capacidad de adaptación y sus habilidades manuales.
Ahora que se acerca el final de su vida laboral en el río, Bernabé reflexiona sobre su futuro. Consciente de que su vista ya no es la misma y de los riesgos que implica navegar, planea establecer un negocio en tierra firme. Sus palabras transmiten una mezcla de nostalgia por el río y expectativa por esta nueva etapa.
Un testimonio poderoso que refleja la vida de un hombre que ha sabido adaptarse a los cambios, que ha encontrado en el río su fuente de sustento y que ahora, en el ocaso de su vida, se prepara para una nueva etapa con gratitud y esperanza.

Viaje al corazón de la selva amazónica
Como periodista la experiencia de conocer Puerto Leguízamo, un lugar mágico en el corazón de la selva, marcará mi vida para siempre. Llegar allí no es tarea fácil, las opciones son limitadas y cada una tiene sus propios desafíos. La primera es por río, partiendo desde Puerto Asís, capital comercial del departamento, un trayecto en bote cercano a las siete horas, toda una travesía que puede ser riesgosa debido a la presencia de grupos armados.
Otra es por aire, partiendo desde Bogotá en un trayecto de vuelo de una hora y 48 minutos, un viaje que me transporto a un mundo diferente. Al aterrizar en el aeropuerto de Caucayá, la calidez del ambiente y los coloridos murales con imágenes de la fauna, flora y la exuberante belleza de la región, me dieron la bienvenida.
Leguízamo es un lugar extenso en área, pero pequeño en su casco urbano. Cuenta con los servicios básicos, pero los precios de los alimentos son elevados, ya que la mayoría de los productos llegan por bote. La vida allí transcurre con calma, pero los cortes de luz y las fallas en la señal telefónica son frecuentes. Los atardeceres, en cambio, son un espectáculo que deslumbra con su cielo multicolor.
La historia de Bernabé Rentería me tocó de cerca. Ya lo había conocido años atrás en Florencia, Caquetá, cuando trabajaba como periodista en un periódico regional. Ahora, en Leguízamo, gracias a Martha Rentería Mengaño, su hija y directora de la Emisora de Paz, pude reencontrarme con él.
Juntas, Martha y yo, nos aventuramos en un mototaxi desde el casco urbano de Leguízamo hasta La Tagua, un recorrido de unos 30 minutos. El aire puro y la belleza del paisaje nos acompañaron en el camino. Al llegar al embarcadero, Bernabé nos esperaba con una sonrisa.
Nos embarcamos en su bote y navegamos por las aguas del río Caquetá hasta llegar a su finca, un espacio que ha adaptado con el tiempo, con un lecho improvisado, un área para cultivar diversos productos agrícolas y gallinas. Los mosquitos, fieles habitantes de la selva, nos recordaron dónde estábamos.

La entrevista con Bernabé fluyó de manera natural. Él me habló con confianza sobre sus sueños, luchas y metas. Este campesino noble, intuitivo y analítico, se explayó en detalles cuando la conversación lo apasionaba. Se siente orgulloso de lo que ha logrado, a pesar de que la vida lo ha golpeado hasta llegar a ser una víctima del conflicto armado colombiano. El desplazamiento y la pérdida de seres queridos lo marcaron, pero aun así logró cumplir su sueño de navegar por años, construir su hogar y sacar adelante a sus dos hijas para que alcanzaran sus títulos universitarios.
Aunque se separó de la mujer con la que compartió más de 20 años de su vida, se siente tranquilo y feliz. Espera pasar sus últimos años en un lugar tranquilo, como La Tagua, donde pueda poner una tienda y recordar que navegó por las aguas del Caquetá y el Putumayo, tratando de conquistar su sueño de explorar el mundo e interactuar con la gente de la región amazónica.
Cuando llegue al paraíso exótico del Putumayo, creció en mí una gran expectativa y la ilusión de contar historias que resuenen en la mente y corazón de quienes se sumerjan en este viaje. La vida de Bernabe quedó atrapada en mi grabadora y al regresar a Bogotá, empecé a imaginarla. Escuché la entrevista que le había hecho. Poco a poco, me fui conectando con su esencia. Su voz baja y calmada me transmitió una tranquilidad que necesitaba para inspirarme.
Comprendí su viaje: un niño campesino llevado por el anhelo de su padre en busca de mejores oportunidades. Recordé cómo se quedó maravillado ante la inmensidad del río y cómo soñaba con navegarlo, aunque sabía que no tenía dinero para comprar canoa alguna. Con el tiempo, ese niño se convirtió en joven y decidió ser el constructor de estructuras flotantes, observando cómo se hacían, logró materializar su sueño.
Aunque mi cuerpo estaba en Bogotá, mi mente retorno a esa región amazónica, valorando el esfuerzo y los retos diarios que enfrentan los habitantes de la Colombia profunda. Comunidades que deben afrontar la ausencia de servicios básicos, por ejemplo, no disponen de agua potable y de ser consumida podrían padecer problemas gastrointestinales que se agravarían ante la carencia de personal de salud, medicamentos y equipos de laboratorio.
Mientras recordaba las travesías y miedos de Bernabe, también admiraba su orgullo por sus hijas, a quienes apoyó para llegar a la universidad pese a que él solo pudo completar la primaria. Con sus manos callosas y piel ajada, este constructor de canoas me enseñó a valorar a las personas del campo, pues son seres resilientes que madrugan para trabajar la tierra y cuidar de sus familias sin importar los obstáculos.
También recordé a Víctor Fajardo, un campesino de 40 años que personifica la realidad de muchos trabajadores rurales que encuentran en el campo su sustento y, a la vez, un espacio de conexión personal. Su historia es un reflejo de la vida en el campo, donde el trabajo arduo es una constante, pero también se entreteje con momentos de relajación y creatividad.

Víctor creció en el campo, aprendiendo el oficio de la elaboración de canoas de manera autodidacta, observando y practicando. Su habilidad para transformar la materia prima en objetos útiles y hermosos es un testimonio de su ingenio y destreza manual. A pesar de no haber tenido la oportunidad de asistir a la escuela, Víctor ha sabido transmitir su conocimiento y experiencia a través de sus actos.
Su mensaje a los jóvenes es un llamado a la superación para encontrar un futuro mejor. Los insta a prepararse y aprovechar las oportunidades que se les presenten, reconociendo que su propia vida ha estado marcada por el trabajo pesado y la falta de acceso a la educación.
La historia de Víctor es un recordatorio de la importancia de valorar el trabajo en el campo, así como de reconocer y apoyar a aquellos que, a pesar de las dificultades, encuentran en la tierra su medio de vida y una fuente de satisfacción personal.
Bernabé y Víctor, dos almas unidas por el río y el trabajo, han encontrado en la construcción de canoas no solo su sustento, sino también un legado para sus familias. A pesar de las dificultades del campo y la vida en la Amazonía, su perseverancia y disciplina les han permitido prosperar y construir un hogar en la tierra que aman.
Aunque sus experiencias de vida son diferentes se cruzaron por el arte de construir canoas, ambos comparten la alegría de ver sus creaciones flotar en el río, llevando consigo sueños y esperanzas. Pero más allá de su oficio, Bernabé y Víctor anhelan un futuro mejor para sus descendientes.
Con la sabiduría que dan los años, saben que la educación es la llave que abrirá las puertas a nuevas oportunidades para sus hijos y nietos. Por eso, los instan a estudiar, a prepararse para un mundo que cambia rápidamente, pero sin olvidar sus raíces y la riqueza de su cultura amazónica.
Bernabé y Víctor, dos campesinos constructores de estructuras flotantes, son un ejemplo de cómo la pasión, el esfuerzo y el amor por la familia pueden dejar un legado que trascienda generaciones. Su historia es un testimonio de que, a pesar de los desafíos, siempre hay motivos para soñar y luchar por un futuro mejor.

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