Es tiempo de unir, hay que vencer las barreras
La lectura sugerida a continuación se remonta a los tiempo de Jesucristo en una acto de liderazgo. Durante la noche cuando el mesías profetizado de los cristianos reflexiona con Pedro, apóstol más fiel y amado quien lo negó tres veces luego que su maestro fuera capturado.
Por: Alberto Valencia
Reflexión bíblica
Junto al fuego y en la noche se encontró Pedro con la mirada de Jesús, mientras que él huía Jesús le buscaba, es algo curioso. No es descabellado pensar que en ese momento el Señor tenía algunas cosas muy serias que pensar: su vida, su entrega inminente de su vida por amor, su dolor, su defensa ante las acusaciones del Sanedrín, pero parece que por un momento su única preocupación fue Pedro, su temor, su fragilidad, su corazón aún lleno de confusiones.
Y somos Pedro, hay momentos de la vida que nos cuestan, nos resulta difícil vivir lo que decimos, es complicado creer, le hacemos trampas a la lealtad, rompemos promesas, perdemos gente y jugamos a que no nos importa. A Pedro le importó y no pudo hacer nada más que llorar.
No pudo mirarlo por mucho tiempo, el evangelio nos cuenta que tuvo que salir del lugar en el que estaba. Pedro que se alejó de la hoguera, de la luz, del calor, de los ojos de Jesús, el mismo por quien lo había dejado todo y ahora se queda con sus lágrimas en la soledad oscura de su propia vergüenza.
Toda la valentía que había demostrado tantas veces atrás, cuando prácticamente le daba instrucciones al maestro e intentaba corregirle sobre su futuro, cuando tomaba la vocería por los doce, cuando decía lo que nadie más se atrevía a decir, cuando se lanzó en la noche a caminar sobre el agua, cuando atacó a uno de los que venían a capturar a Jesús, todo se le fue al piso, todo se desvaneció en su debilidad, se rompió su coraje y se deshizo su valor.
Somos Pedro, nos escondemos tantas veces en el momento determinante, nos echamos para atrás cuando llega la hora de demostrar lo que con tanta seriedad dijimos, nos acobardamos cuando la vida nos pregunta si es verdad que creemos en Dios y nos pide comprobarlo con coherencias muy específicas. A Pedro le preguntaron y le tocó o eligió negarlo, no tuvo más opción.
¡Qué bueno fue Jesús con Pedro! ¡Cuánto conocía el Señor a su amigo! La historia del primer gran líder de los hermanos no terminó aquella noche al alejarse del fuego. Tuvo un impresionante lado B, cuando el mismo pescador de hombres se lanzó sin miedo a las calles de Jerusalén, de Judea y hasta los confines de su tierra a contarnos de la vida resucitada del Mesías.
Gracias a Pedro y a su recuperada y desarrollada valentía el cristianismo pudo salir de Palestina y llegar a lugares distantes, en donde empezaron a aparecer otros hermanos, otras costumbres, otras lenguas para decir “Jesús es el Mesías, el hijo del Dios vivo”. Fue bueno el Señor porque dejó encendido el fuego en el corazón de Pedro, porque dejó grabada su mirada en la suya. Y somos Pedro, muchos a nuestro alrededor han llorado en su propia cobardía y en su temor, necesitan quien los acerque a la hoguera del amor invencible. Pedro lo hizo hasta el último día, hagámoslo también nosotros.
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