La edad de la felicidad
Me encanta tomar cada acontecimiento de mi vida como una oportunidad extraordinaria para sacarle todo el jugo posible y extraer de aquel importantes aprendizajes que inspiren análisis y discernimiento. Que me hagan a la vez tomar conciencia sobre el, para qué aparecieron y de qué me sirven para mejorar; este ejercicio se hizo mucho más evidente luego de mi formación como Coach y por eso valoro tanto este espacio en el que puedo compartir mis reflexiones.
Uno de esos hechos recientes fue el cumpleaños número 70 de mi padre, de quién me referiré como un gran Maestro de Felicidad, porque si bien es cierto que hay grandes filósofos y eruditos en la materia, también existen seres anónimos que deambulan entre nosotros sin más pretensiones que enseñarnos a punta del buen ejemplo.
Ese es el caso del señor Octavio, un hombre que aprendió a ser adulto desde niño. Quien no tuvo oportunidad de juegos infantiles pero sí de responsabilidades familiares. Tiempo donde debía llevar pan a su casa, cuando podía estar coqueteando en su adolescencia y que al fallecer su padre asumió el rol a cabalidad durante la restante vida de su madre y hermana, enferma de epilepsia.
Con esa descripción es difícil pensar que supiera de felicidad. Tal vez sea la misma historia de cientos de colombianos para quienes sus vidas se resumen en rutinas, búsqueda del sustento diario y cero chance de diversión. Pero él supo sacarle partido a su decisión, porque es mentira aquello de que “nos toca”, más bien es nuestra “elección” y ahí va cambiando la forma de encarar la realidad que vivimos en cada etapa de la vida.
Si bien a Octavio le quedaron debiendo la niñez, ganó un gran camino de madurez y sabiduría que a sus 70 años lo hacen ser el hombre más feliz que conozco. Eso lo convierte en fuente de inspiración para emular su forma amable de tomarse la rutina, con capacidad para resolver tranquilamente dificultades que a otros nos parecerían una real hecatombe, dotado de pasión y empeño para ponerlo en cada acto por sencillo que sea y sobre todo su amorosa forma de cuidar y valorar lo que tanto esfuerzo le costó construir: Su familia.
Algunas herramientas de felicidad que quiero dejar bastante claras, nos permitirán fluir como seres conscientes y ecuánimes en medio de circunstancias dolorosas y difíciles, las cuales son comunes en un país como el nuestro.
1. Desterremos de nuestro vocabulario las frases de víctima y poco responsables como: “es que me tocaron unas circunstancias muy duras”, “la vida no ha sido generosa conmigo”, “si yo hubiera nacido en otro lugar o en otra familia las cosas serían de otra manera”…
Ya basta de justificar su realidad echándole la culpa a sus padres, al universo, el clima, la violencia, etc. Comience por abrocharse la correa como don Octavio y sea capaz de sacar a flote sus adversidades con disciplina y entereza, sin compararse con los cientos de personas que a su edad ya tienen mejores condiciones de vida o que la misma les sonrió más. Tome sus herramientas y trabaje con ellas lo mejor que pueda.
2. No se quede con la piedra en el camino, más bien construya sobre ella su propio castillo
Así como hizo el pequeño Octavio que pudo haberse ido sin importarle el resto de su “manada”, me refiero a los demás miembros de su familia necesitada. Él eligió tomar el reto y darles lo mejor de si, recompensado por la riqueza más grande y poderosa para su escala de valores: El amor y el agradecimiento. Evalúe para usted cuál es el tipo de riqueza más importante y sobre ello trabaje con tesón y sin remordimientos.
3. Levántese cada día con una buena actitud y con una sonrisa que contagie, se puede y funciona; yo lo he visto en mi padre sin agotamiento, sin máscaras y por convicción, así los problemas dejan de ser “terribles” para convertirse en situaciones a resolver, que sin duda será más fácil de hacerlo con una mente tranquila y creativa.
4. La humildad y el servicio son dos valores que dejan legado
Quién no quiere ser recordado en su paso por este mundo, a lo mejor usted quisiera inventarse una de las tantas maravillas como la bombilla o el Facebook, pero le aseguro que así de grande puede ser haber cuidado y amado a los suyos cada día de su vida. Esa herencia es perpetua.
5. La gentileza y la diplomacia crean empatía y le pueden abonar un gran camino hacia la felicidad, vivimos entre humanos, sea compasivo y trate a los demás como quisiera ser tratado, eso es lo que más admiro de mi viejo.
6. Deje de andar ambicionando lo que no tiene y mientras trabaje en ello
Disfrute y gócese lo que ha conseguido hasta ahora. La insatisfacción y la falta de felicidad vienen cuando siempre vemos mejor a los otros (ojo con las redes sociales donde nos pasamos horas fantaseando con la vida de los demás), valore su propia vida, admire sus cualidades, siéntase orgulloso por cada logro.
Mi padre no pudo cursar estudios universitarios ni viajar por el mundo, pero su éxito consistió en formar un hogar de admirar, con una esposa que da la vida por él y unas hijas que lo consideran su héroe y el amor perfecto.
No hay una edad propicia para ser feliz, mi padre con sus años lo es. Así lo viene decidiendo día a día durante décadas, es consecuente con ese estilo de vida y se le volvió parte de su ADN. Por eso los invito a practicar algunas de las características de este hombre sencillo y estoy segura que a la edad que tengan, la felicidad aparecerá como un estado que después de tocarlo ya nadie quiere dejar. ¡¡¡Feliz Vida!!!
Recuerden escribirme sus comentarios a felizcomobeatriz@gmail.com
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